Tomado del Taller de Lectura de Liliana Costa: “Mrs. Dalloway” de Virginia Woolf
Mrs. Dalloway parece una obra sencilla, pero es el fruto de un proyecto ambicioso, en donde Virginia Wolf explora el comportamiento del ser humano y su complejo mundo interior.
Durante su vida, la escritora atravesó episodios dolorosos de inestabilidad mental que la llevaron finalmente al suicidio, cuando tenía 53 años. Padecía de jaquecas que la postraban en cama, de frecuentes bronquitis, insomnio y falta de concentración; unido, todo esto, a una energía física impropia de una mujer menuda y enfermiza. Por ello, quizá, fue capaz de transmitir la angustia ante el dolor, la desesperación y la muerte; ingredientes de la tragedia humana, que cuando se instalan en nuestras vidas, las trastocan.
James Joyce publicó “Ulises” en 1922, novela que relata un sólo día en la vida de un hombre ordinario, en Dublín. Woolf hace lo mismo en 1925, pero elige a una mujer, como protagonista, y la sitúa en Londres. Clarissa Dalloway ya había aparecido como personaje en su primera novela, “Viaje de Ida” escrita en 1915, y luego aparecerá también en una colección de cuentos publicada en 1923: “Mrs. Dalloway en Bond Street”. Es por lo tanto un personaje recurrente en su obra y en esta novela tiene pinceladas suyas: ella también sufre de dolores de cabeza, tiene la misma edad de la autora cuando escribe la novela, la relación con los maridos es muy parecida, etc.
UN DIA Y TRES TIEMPOS:
La línea argumental es simple y narra un acontecimiento banal: Mrs. Dalloway se prepara desde la mañana para recibir a sus amigos esa noche, en su casa. En la fiesta se reencontrarán personas que han dejado de verse durante años, y debido al reencuentro la historia se desarrolla en tres tiempos que se alternan: el pasado que compartieron, el presente que los reúne y enfrenta, y el futuro que los espera.
Desde los preparativos, Clarissa se deja invadir por los recuerdos:
“¡Qué emoción! ¡Qué zambullida! Porque no era otra la sensación que tenía siempre en Bourton…” (pág. 7).
La protagonista se traslada a su adolescencia en Bourton, el campo, lugar en donde frecuentaba a los amigos que vendrán a su casa esa noche, y en donde conoció a su marido. Volver al pasado le permitirá analizar el presente, examinando el por qué de sus elecciones y proyectando a la vez su futuro, que en una mujer de más de 50, será la vejez.
Esta dinámica permite que el lector se enganche rápidamente, porque todos, en algún momento de nuestras vidas, nos hacemos las mismas preguntas: ¿hice bien cuando…?, ¿hubiera sido más feliz si…?, ¿no habría resultado mejor que…? Dudas que Clarissa y Peter se plantean constantemente a raíz del encuentro, intentando evaluar las consecuencias de sus propias elecciones.
Clarissa reconoce la fuerte atracción que un hombre como Peter ejerció sobre ella. Cuando vuelve a verlo, vuelve a sentir esa chispa, esa electricidad, esa provocación que fue parte del juego amoroso; pero ante ese juego, que ella encontró peligroso, valora la estabilidad y la serenidad que Richard Dalloway, su marido, le ofrecía, y le ofrece. La estabilidad es la base de su relación matrimonial, madura y serena como buenos compañeros, pero carente de misterio y emoción. Son colegas, más que enamorados. La pasión está excluída.. Clarissa eligió buscando seguridad.
Los recuerdos serán el mecanismo consciente que utiliza Woolf para narrar la historia. Recordando pueden incorporar el pasado en el presente y enriquecerlo con el nuevo material:
“…los recuerdos reaparecían en el parque de St. James en una espléndida mañana, ¡ya lo creo que reaparecían. Pero Peter- por muy hermoso que fuera el día, y los árboles y la hierba, y la niñita vestida de rosa- no veía nunca nada. Se ponía las gafas si ella le decía que lo hiciera, y miraba. Pero lo que le interesaba era la situación del mundo; Wagner, la poesía de Pope, y siempre el carácter de las personas y los defectos del alma de Clarissa. ¡Cómo la reñía! ¡Cómo discutían! Se casaría con un primer ministro y esperarían que llegaran los invitados a lo largo de la escalera, la perfecta anfitriona, la llamaba (Clarissa había llorado a solas en su cuarto por ello), tenía todas las cualidades de la perfecta anfitriona, decía Peter”. (pág. 12)
Como se puede apreciar, lo que el amigo le criticaba a la joven Clarissa, crítica que a ella le molestaba por el tono de burla y de presagio que tenía, es precisamente aquello en lo que Clarissa se ha convertido. El pasado se ha hecho presente, cerrando el círculo. Esa noche, Clarissa estará en los salones de su casa recibiendo a sus amigos como una perfecta anfitriona, imagen que creó Peter para ella en su atrevida proyección.
Los sueños son también un mecanismo para relacionar el pasado y el presente, mecanismo que pertenece al mundo del inconsciente. Cuando Peter está en el parque, se despierta de una siesta y recuerda unas palabras de su sueño, palabras que fueron importantes en su pasado:
“Cuando se despertó, lo hizo de manera extraordinariamente súbita, diciéndose “la muerte del alma”.
“¡Señor, Señor!, siguió diciéndose en voz alta, estirándose y abriendo los ojos, “la muerte del alma”. Las palabras s e incorporaron a una escena, a una habitación, a algún momento del pasado con el que había soñado. Y enseguida supo con mayor claridad cuáles eran la escena, la habitación y el momento del pasado con los que había estado soñando.
Era en Bourton, durante el verano, a principios de la década de 1890, cuando estaba tan apasionadamente enamorado de Clarissa. Había muchas personas reunidas…” (pág. 68).
La historia comienza y termina en un tiempo real: se inicia en la mañana, continúa en la hora del almuerzo, se detiene en la modorra de la siesta y las horas que quedan de la tarde, para culminar esa noche en la fiesta.
Y así como la narración tiene mañana, tarde y noche, los personajes también fueron jóvenes (tuvieron mañana), luego adultos (están en la tarde) y viven conscientes de la proximidad de la vejez (que será la noche).
Sin embargo, a pesar del paso del tiempo que todo lo transforma, hay algo que es inmutable: la esencia de las personas, ese conjunto de elementos que perduran más allá de las formas. En el caso de Clarissa, por ejemplo, ella “era” y ella “es” una gran anfitriona. Esta es la frase clave al inicio de la novela, y con la imagen de Clarissa moviéndose cómodamente entre sus invitados, o sea convertida en la perfecta anfitriona, termina la novela. Exactamente lo mismo sucede con Peter: al comienzo de la novela, Clarissa recuerda una frase que le dijo Peter cuando era joven y que lo definía a él:
“…prefiero las personas a las coliflores” (pág. 8).
Y al final, en la fiesta, él responde confirmando lo que dijo años atrás:
“A él no, no le gustaban las coles, dijo Peter”. (pág. 216).
La imagen del reloj que e repite con insistencia, simbolizando el paso del tiempo. Se oyen constantemente las campanadas que marcan las horas, recordándonos que la vida, el relato, y los personajes avanzan, se mueven hacia adelante. El movimiento es imparable, Mrs. Dalloway camina, cruza la pista, sube las escaleras, va de un grupo a otro, su vitalidad se refleja en un movimiento continuo.
Sin embargo, a pesar de que el tiempo de la realidad es lineal, la voluntad puede alterar ese ritmo volviendo hacia atrás con total libertad. O interrumpiéndolo bruscamente, como hace Septimus al suicidarse.
PUNTOS DE VISTA:
Hay otro elemento que contribuye a enriquecer el mundo que se presenta, y es la multiplicidad de los puntos de vista. Los personajes son vistos por ellos mismos, y por los otros, en un juego de contrastes interesante. El narrador se introduce en sus mentes para reproducir aquello que piensan, no interesa solamente lo que dicen.
La variedad de puntos de vista se percibe, por ejemplo, cuando Septimus tiene una crisis de ansiedad en el parque. Una mujer que por ahí pasaba, y que no sabe nada de la enfermedad de Septimus, piensa que se está peleando con Reiza:
“…qué extraño era, aquella pareja a la que había preguntado como llegar al metro, y la muchacha sobresaltándose y moviendo bruscamente el brazo, y el hombre…, le había parecido tremendamente raro; quizá estaban riñendo; separándose para siempre…” (pág. 33).
Peter, quien también se cruza en el parque con Septimus y Reiza, al verlos discutir concluye que el vigor de la pelea es producto de la juventud de la pareja, no de la enfermedad que Septimus padece y que Peter ignora:
“Y eso es ser joven, pensó Peter Walsh mientras pasaba junto a ellos. Tener una discusión terrible- la pobre chica parecía absolutamente desesperada a media mañana.” (pág. 81).
El estado mental de Septimus es abordado por la autora desde el sufrimiento de quien la padece, y también desde el punto de vista de Reiza, su mujer, quien la sufre pero no la tiene. Y no basta con Reiza, también aparece el punto de vista del médico, que es un acercamiento teórico, alejado de la realidad. ¡Cuánto hay de crítica al psiquiatra que no llega comprender y calmar a su paciente, crítica que parte de una escritora que sabe lo que es una enfermedad mental y lo duro que resulta cuando el especialista no sintoniza con el enfermo! Resulta patética la teoría científica cuando se centra en establecer normas y pautas, ignorando la angustia y la propia enfermedad que es fortuita.
Otra escena que contribuye a crear diversidad de opiniones es cuando aparece el coche de lujo, con las cortinas cerradas. Todos especulan sobre la persona que va dentro, cada uno imagina algo distinto y Septimus se angustia y lo relaciona con la muerte.
O cuando vuela un aeroplano sobre el parque: cada personaje ve algo distinto en las letras que se forman. Frente al hecho objetivo, tenemos varias repuestas, la subjetividad de cada uno modifica las versiones.
No sólo cambian los puntos de vista, cambia constantemente el escenario en donde se mueven los personajes: la narración va del campo (Bourton) a la ciudad (Londres); del parque a la casa, de la calle a la fiesta. Tenemos también una visión de Inglaterra de un inglés que ha vivido fuera y por lo tanto tiene una perspectiva distinta: Peter regresa de la India y es capaz de tomar distancia, como lo haría un extranjero, y en algunos casos opina como si lo fuera. Su postura contrasta con la de aquellos ingleses que no se han alejado de sus fronteras.
El movimiento de la cámara es continuo, y en muchos casos algo que sucede en el exterior, en el mundo objetivo, nos lleva al interior, dentro de un personaje. Cuando Clarissa se encuentra esa mañana con Hugh y repara en su sombrero:
“…sintiéndose muy fraternal y, al mismo tiempo, extrañamente preocupada por su sombrero. Inadecuado para primera hora de la mañana, ¿era ese el problema? Porque Hugh siempre lograba, con su apresuramiento- mientras se quitaba el sombrero de una manera un tanto excesiva y le aseguraba que podía ser una muchacha de diez y ocho y que, por supuesto acudiría a su fiesta poro la noche, ya que Evelyn no estaba dispuesta a perdérsela, aunque él quizá llegara un poco tarde, después de una fiesta en Palacio a la que tenía que llevar a unos chicos de Jim-, que se sintiera un poco insignificante a su lado; como si no fuese más que una colegiala; pero viéndolo siempre con afecto, en parte porque lo conocía desde siempre, y también porque lo creía una buena persona a su manera, si bien a Richard casi lo sacaba de quicio y Peter Walsh por su parte, nunca le había perdonado que lo viera con buenos ojos”. (pág. 11).
Este párrafo es un monólogo interior, que comienza a gestarse a raíz del sombrero de Hugh y luego termina en una reflexión sobre el personaje, cómo se siente ella ante él, cómo lo veía Richard a Hugh, y cómo Peter la veía a ella por mirar a Hugh de buena manera. Un conglomerado de opiniones que se producen de manera espontánea en la mente de Clarissa y que van del sombrero al amigo.
Otro ejemplo de este discurrir mental que parte del mundo exterior hacia el interior, es el pasaje en donde Peter observa a una mujer atractiva, y a partir de la imagen que percibe, inventa una historia. Lo que hace es crear un personaje que nada, o muy poco, tiene que ver con la mujer de carne y hueso que camina delante suyo.
LOS EJES DE LA NOVELA: CLARISSA Y SEPTIMUS:
Hemos señalado la presencia continua de contrarios: pasado y presente, campo y ciudad, juventud y madurez; y habría que añadir: vida y muerte. O más bien, salud y enfermedad mental. Clarissa representa la vida y la salud, Septimus la muerte y la locura.
¿Cómo se estructura la novela teniendo en cuenta estos dos ejes? Clarissa y Septimus se cruzan por la mañana, en plena calle, contemplando el carro del personaje importante. Clarissa piensa que es la reina la que va dentro y se alegra, Septimus piensa que algo va a estallar en llamas y se asusta.
Luego, a mediodía:
“Clarissa extendía el vestido verde sobre la cama, y los Warren Smith bajaban por Harley Street, estaban citados a las doce”. (pág. 107).
Más tarde, cuando Clarissa se prepara para disfrutar la fiesta, Septimus Warren Smith acude al doctor a causa de su enfermedad. La narradora se encarga de hacer el nexo de manera explícita.
Y por último en la noche, el médico llega tarde a casa de los Dalloway y cuenta que un paciente suyo (Septimus) se ha suicidado. Se unen finalmente los dos ejes narrativos: la vida, cuyo símbolo es la fiesta, y la muerte que irrumpe en esa fiesta como una triste noticia.
La vecina de Clarissa, que es una mujer vieja, se le aparece constantemente a la anfitriona, recordándole la vecindad de la muerte. Clarissa le da la espalda y regresa a buscar a sus amigos, un gesto evidente de su apuesta por la vida.
Mrs. Dalloway no sólo representa la vida, la celebra. Veamos algunos ejemplos:
“…estaba lo que ella amaba: la vida, Londres, aquel instante del mes de junio”. (pág 9).
“…Lo que a ella le gustaba era, sencillamente, la vida”. (pág. 183).
Del otro lado, Septimus representa la muerte, la elige incapaz de asumir la vida que lo desborda.
Clarissa es el personaje central. Peter la define:
“…¡qué generosa era Clarissa con sus amigos! ¡Y que poco frecuente resultaba la generosidad! Por lo que, a veces, de noche, o el día de Navidad, cuando repasaba las cosas buenas que le habían sucedido, ponía a aquella amistad en primer lugar. Eran jóvenes, eso tenía mucha importancia. Clarissa poseía un corazón puro; eso era fundamental. Peter la catalogaría de sentimental. Y tendría razón. Porque había llegado a comprender que lo único que merecía la pena decir era lo que uno sentía. La listeza era una tontería. Se tenía que decir sencillamente lo que se sentía” (pág. 215).
La novela está construida alrededor de ella. Mrs. Dallowy es la conciencia: piensa, elabora, reflexiona, estrecha lazos, y sobre todo ofrece un espacio para que los otros personajes se relacionen: hoy organiza la fiesta, ayer los reunía en su casa de campo. Ella los deslumbra, los seduce, los acoge, los juzga y provoca en ellos admiración, cariño, envidia, rabia, celos. Clarissa es la luz que alumbra y quema, pero al mismo tiempo es importante señalar que se mantiene a distancia de los otros personajes, no es capaz de estrechar lazos, porque afectivamente está siempre a la defensiva, protegiéndose. Como se protegió cuando eligió marido: se casa con quien le ofrece estabilidad y seguridad, rechazando la pasión.
¿Por qué esa necesidad imperiosa de estabilidad? De joven Clarissa sintió una fuerte atracción por su amiga Rally y tuvo miedo de su posible homosexualidad. Se asomó al abismo y dio marcha atrás. Peter también le gustaba, pero provocaba en ella sentimientos que la desestabilizaban: la ponía rabiosa, la llenaba de agresividad. Uno intuye que Clarissa temió dar rienda suelta al mundo de los deseos, como si se sintiera incapaz de integrarlos en su vida. Tuvo miedo de lo que sospechaba que crecía dentro de ella. Y conciente del peligro, optó por Richard, fuente de aséptica paz.
Septimus, que es el otro eje y que representa la muerte, no conoce la paz, ni la estabilidad. La locura nubla su razón y lo hace infeliz. Lo margina de la realidad, lo desconecta del mundo.
Sin embargo es interesante cómo define Septimus los síntomas de su locura:
“Pero él no saboreaba, no sentía. En el salón de té, entre las mesas y los camareros parlanchines, le dominó de nuevo el terrible miedo: no sentía. Razonaba, leía- Dante, por ejemplo- sin dificultad (“Septimus deja ese libro”, decía Reiza , cerrando con suavidad El Inferno), era capaz de repasar la cuenta del café cuando se la presentaban; su cerebro funcionaba perfectamente; sin duda era el mundo quien tenía la culpa de que él no sintiera”. (pág. 100).
¿Qué significan estas palabras? ¿Qué el loco piensa correctamente, que su problema es la imposibilidad de sentir? Lo más lógico es creer lo contrario: el loco es aquel que siente pero no piensa de manera coherente. Veamos el caso de Septimus, el origen de su enfermedad lo encontramos en la guerra cuando muere su amigo y él, ante la pérdida y el dolor, se trastorna:
“…cuando Evans murió, en Italia, muy poco antes del armisticio, en lugar de manifestar alguna emoción o reconocer que aquello era el final de una amistad, se felicitó de no sentir nada, y lo poco que sentía sentirlo de una manera razonable… A él le fallaba algo: no sentía”. (pág. 99).
El sufrimiento es tan fuerte, tan traumático, que Septimus bloquea sus emociones, se desconecta afectivamente de los seres que lo rodean, no vibra con ellos, no reacciona. Esta desconexión sería la locura en esta novela.
En el extremo de Septimus, está Clarissa. Ella aparece siempre muy cerebral, muy reflexiva, muy controlada, pero al final de la novela, vemos a Clarissa como una mujer madura, auténtica respecto a sus sentimientos:
“Ah, cómo odiaba a aquella mujer feroz, hipócrita, corrupta, con tanto poder; la seductora de Elizabeth; la mujer que había entrado arrastrándose a su casa para robar y profanar (Qué cosa tan absurda diría Richard). La aborrecía, pero gustosamente. Los enemigos eran necesarios, no los amigos…” (pág. 196).
Deduzco que sentir= vivir sanamente para Virginia Woolf y siguiendo esta idea, Woolf da un paso adelante: mientras más maduro es el ser humano, más intenso es su sentir. Es lo que reconocen, al final de la fiesta, Sally y Peter:
“Eso es cierto, dijo Sally. Ella sentía con más hondura, más apasionadamente cada año que transcurría. Ella sentía con más intensidad, dijo él, desgraciadamente, quizás, aunque más bien habría que alegrarse por ello; su experiencia personal era que sentía con más intensidad…
Ahí tienes a Elizabeth - dijo Peter - ; no siente ni la mitad de lo que sentimos nosotros, aún no”. (pág. 217).
Por eso termina la fiesta con esa frase maravillosa:
-¿Qué importancia tiene el cerebro, comparado con el corazón? (pág. 218).
Pero también es importante señalar que, según se aprecia en la novela, la cordura que encarna Clarissa, se consigue con mucho control y sentido común. Ya que ella no se dejó llevar por la pasión, de haberlo hecho, ¿habría terminado igual que Septimus?
La sexualidad también está presente en tres de sus facetas: heterosexualidad, bisexualidad (Clarissa y Sally) y homosexualidad (la señorita Kilman). Esto demuestra la complejidad del alma humana, cada uno tiene apetitos y deseos distintos. A veces complementarios.
Sin embargo, en términos generales, lo sexual aparece como un elemento perturbador, difícil de ser asumido con naturalidad, engañoso e imposible de satisfacer. En el caso de Clarissa, ella confiesa su falta de deseo respecto a su marido:
“…no era capaz de desprenderse de una virginidad preservada en el parto y que se le pegaba como un sudario…. Sin duda, a causa de aquella frigidez suya, le había fallado… Clarissa se daba cuenta de lo que le faltaba. No era ni belleza ni inteligencia. Era algo central que lo impregnaba todo; algo cálido que subía, hirviente, y transformaba el frío contacto de hombre y mujer, o de dos mujeres”. (pág. 38).
Y Septimus, hace suyas las palabras de Shakespeare para expresar la dificultad que tiene para satisfacer a su mujer:
“Para Shakespeare, el amor entre hombre y mujer era repugnante. Consideraba la copulación una porquería. Pero Rezia quería tener hijos. Llevaban cinco años casados”. (pág. 101).
Tanto Clarissa como Septimus, renuncian a su sexualidad, los perturba demasiado, ellos la viven como una carga y no como una fuente de placer.
Tienen también dificultad para asumir la maternidad, (ella) y la paternidad, (él). Ella considera a su hija una extraña, en cambio Elizabeth es muy cercana a su padre. Septimus no puede darle el hijo que Reiza desea, porque él no lo desea.
FLUJO DE CONSCIENCIA:
La técnica utilizada para narrar es el discurso interior: las palabras fluyen con el ritmo del pensamiento en silencio, generando asociaciones libres. El mundo oscuro debe salir con la oscuridad que lo define, sin concesiones ni estructuras elaborados por la razón que intenta organizarlo. Este es el gran cambio en el siglo XX en oposición al realismo del XIX, que era un realismo exterior, centrado en el mundo objetivo. Gracias a Freud, el mundo del inconsciente adquiere un lugar importante y ayuda a definir a los personajes. Clarissa no es sólo lo que hace, si no también lo que piensa, siente y desea:
“La señora Dalloway dejó el bloc sobre la mesa del vestíbulo y empezó a subir lentamente la escalera con la mano en la barandilla, como si acabase de abandonar una fiesta en la que primero un amigo, luego otro, hubieran rechazado su mirada, sus palabras; como si hubiera cerrado la puerta, quedándose fuera, una figura solitaria ante la espantosa oscuridad de la noche o, más bien, para ser exactos, ante la mirada de aquella prosaica mañana de junio, dulcificada para algunos por el resplandor de los pétalos de las rosas, estaba segura; y lo sintió al detenerse un momento junto a la ventana abierta de la escalera que dejaba entrar en el repiqueteo de las ventanas, los ladridos de los perros, que dejaba pasar, pensó, sintiéndose repentinamente marchita, provecta, sin pecho, los esfuerzos, los jadeos, las eclosiones del día, en el exterior, al otro lado de la ventana, fuera de su cuerpo y de su cerebro que desfallecían ya, puesto que lady Bruton, cuyos almuerzos, según se decía, eran tan extraordinariamente interesantes, no se había dignado invitarla”. (pág. 38).
El párrafo intenta trasmitir cuánto le había afectado a Clarissa que lady Bruton no la hubiera invitado. Las imágenes son contundentes: se siente de pronto “marchita, provecta, sin pecho” a pesar de la linda mañana de junio. Una experiencia como esa la vive como una agresión personal que la desestabiliza, peor aún: la derrota, se siente mal física y anímicamente: “Una figura solitaria ante la espantosa oscuridad de la noche”.
El narrador se introduce en la mente y el corazón de Clarissa para dar testimonio de lo que siente y cómo elabora aquello que siente. Es interesante porque es un registro interior, recoge lo más íntimo, lo que no ha sido aún verbalizado. Y por eso mismo salta de una idea a otra, con la libertad de quien no busca comunicarse con otra persona sino consigo mismo, simulando la fluidez de la mente en silencio.
En otro párrafo, tenemos el enfrentamiento silencioso entre Mrs. Dalloway y la señorita Kilman, rivalizando por el afecto de Elizabeth. No se soportan, pero no se lo dicen, el discurso cargado de agresividad va por dentro:
“…El escándalo de Clarissa fue grande. ¿Cómo podía ser cristiana aquella mujer que le había quitado a su hija! ¡Aquella mujer que se comunicaba con presencias invisibles! ¡Aquella mujer gorda, fea, vulgar, sin simpatía ni gracias que pretendía conocer el significado de la vida!”. (pág. 142).
Y sin embargo lo que le dice inmediatamente, mientras piensa lo anterior, no traduce para nada esa rabia:
“-¿Va usted de compras con Elizabeth?- preguntó la señora Dalloway. (pág. 142).
Los dos niveles aparecen constantemente, podríamos dar muchos ejemplos, pero nos limitaremos a uno más: cuando Peter y Clarissa se encuentran después de tantos años, él piensa:
“…Sólo acababa de cumplir los cincuenta. ¡Debo decírselo, pensó, o no? Le gustaría sincerarse con ella. Pero es demasiado fría, pensó, al verla cosiendo, o con las tijeras en la mano; Daisy parecería vulgar al lado de Clarissa. Y me considerará un fracasado, que es lo que soy desde su punto de vista, pensó; desde el punto de vista de los Dalloway. Sí, claro; de eso no tenía la menor duda; él era un fracasado, si se le comparaba con todo aquello: la mesa de marquetería, la plegadera con mango de plata, el delfín y los candelabros, las fundas de las sillas y las antiguas estampas inglesas en color: ¡era un fracasado!. Aborrezco tanta vanidad y tanta presunción, pensó, obra de Richard no de Clarissa, aunque es cierto que se casó con él”. (pág. 51).
Y ella:
“Qué costumbre tan singular, pensó Clarissa; siempre jugueteando con una navaja. Y consigue, además, como antaño, que me sienta frívola, con cabeza de chorlito, una simple parlanchina estúpida. Pero ahora me toca a mí, pensó; y, empuñando de nuevo la aguja, llamó en su auxilio- como una reina cuya guardia se ha dormido, dejándola desprotegida (la visita de Peter la había desconcertado por completo, trastornándola) de manera que cualquiera puede acercarse y verla donde está tumbada con las zarzas formando una bóveda-, llamó en su auxilio las cosas que hacía, las cosas que le gustaban, a su marido, a Elizabeth, todo lo que era ella, en resumen, y que Peter apenas conocía ya, para que se congregara a su alrededor y pusiera en fuga a su enemigo”.(pág. 52).
Ese juego entre lo íntimo, que son nuestros pensamientos; y lo público, que es lo que uno expresa delante de los otros, queda reflejado en esta novela con acierto.
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