sábado, 25 de abril de 2009

Las nuevas propuestas: para el 29 de mayo leeremos "Indignación" de Philip Roth y "El Grupo" de Mary McCarthy, pero barajamos diferentes títulos.

“El grupo” de Mary McCarthy

(Artículo de Valeria Sol Groisman)

Mary McCarthy (Seattle, 1912 – Nueva York, 1989) fue una de las intelectuales norteamericanas más destacadas del pensamiento radical del siglo XX. Estudió Letras y Humanidades en la prestigiosa universidad de Vassar. Fue profesora de distintas universidades, y participó activamente de los movimientos de izquierda anteriores a la Segunda Guerra Mundial. Su estilo se caracteriza por una crítica aguda de la sociedad y la política norteamericana y la descripción psicológica de los personajes. Entre sus más de treinta obras se destacan: Entre amigas (1998), un libro que rescata la correspondencia entre la autora y Hannah Arendt; Memorias de una joven católica (1957), un relato autobiográfico; y Pájaros de América, una novela. El grupo es su más célebre novela.
El grupo (1962) es una novela profundamente autobiográfica que Mary McCarthy escribió con la intención de mostrar cómo eran las vidas de aquellas primeras mujeres que, en la década del treinta, cuando Estados Unidos salía de la Gran Depresión de la mano de Roosevelt, se animaron a desafiar al destino y se lanzaron a cambiar el rumbo de sus vidas estudiando una carrera universitaria. Amiga de Hannah Arendt, McCarthy vivió en carne propia lo que se siente al intentar romper con el molde en el que, según la sociedad de aquel entonces, todas las mujeres debían encajar. Ella misma estudió en la prestigiosa universidad de Vassar (Nueva York), que en ese momento era sólo para mujeres, donde las protagonistas de su libro se proponen trazar un camino, ya no heredado, sino propio. El grupo cuenta con ironía las historias de ocho amigas que, luego de haberse graduado en Vassar, se abren a la vida misma llenas de miedos e inseguridades, pero conscientes de que su formación académica no ha sido en vano. Así, intentarán despojarse de mandatos y prejuicios, para vivir la vida que cada una soñó. El matrimonio, los anticonceptivos, la guerra, los hombres, la profesión, la política, la maternidad, el sexo, el amor, la amistad. Estos son los temas que preocupan a Kay, Dottie, Pokey, Helena, Libby, Priss, Lakey y Polly, las protagonistas de esta historia que, por momentos, adquiere más valor como documento histórico que como ficción. Porque en El grupo es posible encontrar numerosas pistas acerca de cómo vivían y pensaban las jóvenes que creían que podían deshacerse del mandato y se unían ideológicamente al movimiento de resistencia que buscaba mayores y mejores oportunidades e igualdad de derechos para todas las mujeres. En la novela de McCarthy todo parece indicar que las mujeres pueden lograrlo, pero que se trata de un difícil y largo camino. El trágico final de una de ellas, con la música de fondo de la Segunda Guerra Mundial, nos viene a decir que no todas podrán traspasar la muralla que separa lo socialmente instituido y lo revolucionario. El título hace referencia a un círculo de mujeres unidas por un objetivo en común: trascender. Un grupo del que es difícil salir, pero también entrar. Un grupo en el que la amistad femenina se palpita casi como una institución. En esta novela, narrada de modo coral, reflexionar sobre las otras no es otra cosa que reflexionar sobre una misma. Más de cuarenta años pasaron, pero mucho no cambió en la situación de la mujer en la sociedad. En este sentido, es interesante leer el libro con una mirada crítica e intentando encontrar paralelismos entre el pasado y el presente, para intentar desentrañar el porqué de esta realidad que sigue vigente.

“Indignación” de Philip Roth

(Artículo de JOSÉ MARÍA GUELBENZU para Babelia)

La nueva novela del escritor estadounidense es una hazaña literaria en siete fases con personajes funcionales, complejos y ambivalentes, que tiene como trasfondo la guerra de Corea.

De un modo u otro, en las novelas de Philip Roth emerge siempre la indignación contra cualquier forma de manipulación del poder. Tanto si se trata de la incomprensión de una realidad distinta a la suya, como le ocurre al personaje central de Pastoral americana, como si trata directamente de un personaje enfrentado a la historia de su país, tal cual ocurre en La conjura contra América. Pero en esta última, una novela breve al igual que la admirable Sale el espectro, la indignación se convierte en el protagonista de la obra. El Roth último, el que lucha con la destrucción física y moral de la vejez, se olvida de este asunto para regresar a los años cincuenta, los años de la guerra de Corea, la apoteosis de la Norteamérica racista y reaccionaria pre-kennedyana. Lo cual no deja de ser de gran actualidad tras los años de plomo del presidente Bush II.

Marcus Messner es un joven judío de 18 años que ingresa en un colegio universitario de su Newark natal (y de Roth). Es hijo de un carnicero kosher que, a medida que su hijo crece, se obsesiona con la preservación de su vida, convirtiéndose en un maniático que lo agobia con toda clase de advertencias y prohibiciones hasta el extremo de hacerle huir a una universidad a 800 kilómetros de distancia, en Winesburg, Ohio (¿un guiño a Sherwood Anderson?), un lugar del Medio Oeste más conservador. La vida en la universidad es brillante en cuanto a los estudios, pero de difícil adaptación social, lo que le acaba llevando al despacho del decano. El decano, un antiguo héroe deportivo y hombre de creencias tan firmes como limitadas, trata de doblegar con una mezcla de suavidad e incomprensión el carácter solitario de Marcus y Marcus, que ha pasado de la presión de su padre a la del decano, estalla -en una escena maravillosa, una de las más potentes que ha escrito Roth- y vuelve a estallar en defensa de su libertad. Esa indignación manifiesta es el eje que da sentido a toda la novela.

Hay un elemento más: el fondo del escenario lo ocupa la guerra de Corea y, con ella, lo que acompaña a toda guerra: la muerte de los jóvenes. Marcus estudia, entre otras razones, para librarse de ser reclutado como soldado raso en una guerra en la que cientos de ellos están cayendo diariamente. Ese miedo a la muerte es distinto del que siente su padre por él. En el padre es el miedo a perder a su único hijo, su única esperanza de futuro, y lo acosa por preservarlo de ella, no sólo en la guerra, sino en el barrio mismo, temiendo por las malas compañías y los vicios callejeros; en el hijo es el deseo de vivir para que le dé tiempo a ser él mismo, a encontrarse con el destino que trata de labrarse con una dedicación casi obsesiva al estudio. Ninguno de los dos, por distintas razones, desea que el hijo sea sólo un carnicero de barrio, sino un ciudadano encumbrado gracias a una brillante titulación universitaria.

La novela transcurre en siete fases: la lucha con el padre y la salida de casa; el encuentro con la universidad por sus propios medios; el encuentro con una muchacha peculiar, Olivia, con la que pasa de la timidez en el trato a una felación por sorpresa; el encuentro -doble- con el decano Caudwell; la progresiva locura del padre y el hartazgo de su madre; la desaparición de Olivia y, séptima y última, la catarsis en medio de una tremenda nevada. En un momento dado, el lector descubre que el narrador (el propio Marcus) dice estar muerto o quizá lo finge, lo que podría hacer tambalear el principio de verosimilitud; pero, a estas alturas, Roth no se va a dejar atrapar fácilmente. Lo que sí produce es una medida desazón, pues Roth se demora en descubrir su mejor carta.

Los personajes quedan soberbiamente construidos con un mínimo de elementos. Cada uno -excepto el joven Marcus- muestra de sí mismo la cara que necesita el autor, pero esa cara la llena por completo su propia actuación. Son personajes funcionales que adquieren la categoría de complejos, lo cual es una hazaña no infrecuente en Roth, pero aquí extraordinariamente depurada. El papel que les atribuye es el de rodear el nacimiento de la indignación dentro del desarrollo de la personalidad de Marcus Messner, y a fe que lo consigue. Son, además, dentro de una única cara, ambivalentes, por eso insisto en la cualidad de hazaña literaria. La madre que visita a su hijo en el hospital, convaleciente de una apendicitis que todos sospechamos que se le ha disparado tras la conversación con el decano, introduce entre las emociones quizá calculadas un pacto sospechosamente parecido a un chantaje. La muchacha de la que se enamora está escondiendo, además de ciertos actos, una historia muy dura, sólo apuntada, pero trazada con unas pocas e impagables pinceladas que son un modelo de empleo de la sugerencia. La progresiva locura del padre tiene un desarrollo lleno de matices que se apoya sólo en dos momentos de exposición desarrollados con una lucidez impecable. El decano Caudwell, en fin, doblado al final por el presidente de la universidad en un acto público donde se resume todo el hervor de la novela, está construido sobre un miserable camaleonismo que contiene a la vez la untuosidad, la comprensión, el paternalismo y el anatema; y el modo en que muestra al lector el paso de un liberalismo de fachada al juicio preconcebido merece estar a la altura literaria de los ejercicios espirituales que recibe el joven Stephen Dedalus en el Retrato del artista adolescente de Joyce.
En suma: ciento setenta y tantas páginas le bastan a este sabio y consumado escritor para expresar el sentido de su cívica indignación moral dentro de una historia que concluye dramáticamente con un muchacho que ha luchado por su libertad personal y moral para acabar acribillado a bayonetazos en una trinchera en Corea y fundirse en la nada. La obra narrativa que viene escribiendo Roth desde El teatro de Sabbath en 1995 es, con alguna excepción menor, uno de los monumentos literarios más grandes que se han levantado en los Estados Unidos desde la segunda mitad del siglo XX.

“Revolutionary Road” de Richard Yates

Revolutionary Road: se acabó el sueño, llega la pesadilla
(Artículo de FRANCISCO GARCÍA PÉREZ)

La película de Sam Mendes y la novela de Richard Yates que le sirve de fundamento componen dos despiadadas visiones sobre el fin de las esperanzas
Coinciden en primera fila del mercado cultural la aparición en castellano de Revolutionary Road, novela de Richard Yates, y el estreno de la película de Sam Mendes basada en la misma y protagonizada por Kate Winslet y Leonardo DiCaprio: dos despiadadas visiones sobre el fin de los sueños, la mediocridad en pareja, la hipocresía social y el conformismo. El sueño era el siguiente: los niños adoran a papá y a mamá; mamá y papá se sientan ante el televisor junto a los adorables pequeños; el abuelo, algo cascarrabias pero adorable, permanece retirado, ojeando su colección de sellos y cargado de consejos adorables; la tele emite adorables series de dibujos animados; el adorable papá acaba de llegar del trabajo y la adorable mamá tiene dispuesta la cena y la casa, como un jaspe; no hay problema que el vigoroso papá no pueda solucionar; no hay emoción que la dulce mamá no sepa comprender; a la adorable casa en la que viven la rodea un cuidado césped, envidia sana de los adorables vecinos. Ése es el mundo tan fantástico que los Estados Unidos quisieron construir para sí mismos y para sus países satélites tras la II Guerra Mundial. Pero todo un mar de fondo destructor arruinó esa superficie idílica, compartimentada, estructurada y, a fin de cuentas, imposible. Pasados los años, pasados Corea, Vietnam, el 11-S y Bush, ¿qué queda de aquel modelo familiar querubínico, violinístico, irreal, un arquetipo que no tuvo en cuenta las perversas tendencias del ser humano, su crueldad, su tendencia al engaño, su concepción del mundo como agresivo combate, su empozada hipocresía? Muerto el sueño cursi, sobreviene la pesadilla real. En 1961, Richard Yates publica su primera novela, Revolutionary Road, donde explora ese cambio de mundo, esa caída en el abismo. Pertenece al grupo de escritores como J. D. Salinger, Cheever, Capote, E. L. Doctorow, y quizá también Updike, Carver o Sontag, que tomaron como misión el escrutar a fondo la familia norteamericana como semilla de maldad voluntaria o involuntaria. Era escribidor de los discursos de Bob Kennedy (hoy le llamaríamos «negro», siendo políticamente incorrectos, o «escritor fantasma», adecuados a los tiempos) y hubo de vivir el asesinato del hermano presidente, un nuevo carpetazo al sueño americano. Sin tanta suerte mediática en España y en su país como sus colegas de generación, aunque compartió el retraimiento social de muchos de ellos y el abuso del alcohol de casi todos, parece haberle llegado su hora de fama con la traducción de dicha novela en Alfaguara (Vía revolucionaria, 364 excelentes páginas, con muy escasas caídas de tensión) y la aparición casi simultánea de Las hermanas Grimes, título que la editorial prefirió al original, El desfile de Pascua, vaya usted a saber por qué.El gusto por adentrarse en las tinieblas de la clase media ya lo manifestó el cineasta Sam Mendes con su celebrada American beauty, quien prosiguió hablándonos de la familia en Camino a la perdición, antes de la irregular y bélica Jarhead. Ahora, se estrena su adaptación de Revolutionary Road, que, sin optar abrumadoramente a los «Oscar», dará muy mucho que hablar.
La tramaEn una antigua entrevista, Yates se explicaba: «El título sugiere que el camino revolucionario de 1776 (independencia de los Estados Unidos) muere para muchos en los años cincuenta». Pero si nos atenemos al sentido literal en la película y aún más en la novela, Revolutionary Road es una avenida de cierto tono, de cierto sí, pero no, cercana a una autopista y a una reciente urbanización de menor fuste, cerca de Nueva York. En una de sus casas viven April y Frank, rondan la treintena (estamos a mitad del siglo pasado) y son padres de la parejita del tópico. Se tienen a sí mismos por cultos y superiores a sus vecinos, al ordinario Shep y la corta Milly, al matrimonio Givings y a su hijo esquizofrénico. De hecho, no quieren permanecer para siempre en Revolutionary Road y es April la que decide que establecerse en París sería una buena idea: París, Europa, un lugar donde su marido podría desarrollar todo su potencial, cree ella, abandonando su trabajo de oficinista remolón y gris en una empresa de la ciudad. Todo parece ir bien durante la preparación del cambio de continente, pero una promesa de ascenso en el trabajo, un nuevo embarazo de April y, sobre todo, su radical mediocridad frenan a Frank. Ya tiene una amante esporádica (la también tópica secretaria simple), unos amigotes con quienes beber… ¿para qué cambiar? ¿Por qué no permanecer anclados en Revolutionary Road, para qué tanto jaleo, tanto riesgo, tanta incertidumbre? Por supuesto, Frank hace los mayores equilibrios manipuladores para culpar a April por haberse agostado el sueño europeo, pero, como no podía ser menos, su cobardía y la subsiguiente caída de la venda que en los ojos tenía su mujer abren las puertas de la tragedia.
El bosque petrificadoApenas da valor significativo la película y sí un poco más la novela a que Revolutionary Road comience con la representación por parte de un grupo aficionado, del que April y algunos de sus vecinos forman parte, de El bosque petrificado, la famosa obra teatral de Robert E. Sherwood, llevada luego al cine. Cuenta esa pieza la historia de Gabby, la camarera con sueños de viajar a París para estudiar Arte, atrapada (o petrificada) en un local en que acierta a caer el ya derrotado (o petrificado) Alan Squirer, a quien trata de convencer para que la acompañe. La representación constituye un gran fracaso, debido al poco nivel escénico mostrado por el elenco, un fiasco que irrita profundamente a una April que se sentía más preparada, mejor que el resto. April, pues, fracasa en una representación teatral sobre una mujer que sueña con huir a París con su hombre: toda una síntesis anticipativa de lo que ocurrirá en su vida, y que la novela y la película pasarán a contarnos. Yates, en efecto, da relevancia al porqué de comenzar así la novela, antes de desplegar una técnica narrativa clásica (tres capítulos: exposición, nudo, desenlace), pero demoledora.Un narrador omnisciente va siguiendo a cada uno de los personajes –demorándose más en la pareja protagonista, como es natural–, enfocando a alguno de ellos el tiempo justo para mostrar su papel en el conjunto y relegarlo enseguida a la función coral, una vez cumplido su cometido de atizar el fuego trágico. Diálogo, sólo el necesario y nunca irrelevante; descripciones, las esenciales: nada de entretenerse en el color de las flores y el trinar de los pájaros; la narración, el motor que hace avanzar este thriller de emociones hacia la catástrofe final, sin perder el pulso, concentrándose en eso que debe ser el deber de un novelista y que tantas veces se olvida: en arte hay que mostrar, no decir.Es esa misma técnica «mostrativa» la que adopta Mendes. Se demora en la mirada de los personajes, con una iluminación exacta para cada ocasión, con el fin de que veamos sin palabras sus procesos internos; se recrea en un ritmo lento pero nunca pesado, para que casi sintamos cómo se va cociendo la explosión final. Y tiene la ventaja de un par de actores en sazón: Winslet y DiCaprio, los mismos de Titanic (hasta hay un guiño cuando Shep apoya su mano sobre el cristal del coche mientras hace el amor con April), pero con una actriz ya perfecta en su papel contenida o desbordante, según convenga, ejemplar, ante quien su oponente masculino no puede por menos que luchar a brazo partido por sostener el tipo dramático. Winslet (premiada con un «Globo de Oro» por este papel ) dicta una lección en cada plano, tejiendo un personaje que algún crítico que de nada se entera ha definido como una nueva Emma Bovary: justo lo contrario. Hay muchos detalles de la novela de Yates que Mendes no utiliza, utiliza menos o relega. Hay muchas más charlas «trascendentes» en el libro entre April y Frank: se tienen por dos intelectuales superiores y el novelista nos los muestra en su salsa discursiva. La ruptura del protagonista masculino con su amante eventual se da en detalle: ni se menciona en la pantalla. Asimismo, no se cuenta que los padres de John acaban por dejar de visitarlo en el manicomio, y pierden relevancia los secundarios de la oficina. Sin embargo, hay una completa coincidencia en un detalle abrumador: los niños, los herederos del sueño que no es, siempre aparecen en muy segundo plano, son paisaje necesario, pero sólo paisaje.
Leer y verCabe, por lo dicho, aconsejar con entusiasmo que no se elija entre leer la novela o ver la película. En este caso, óptese por ambas cosas, en el orden en que se quiera. Un gran escritor adaptado por un gran director. En tiempos de nueva crisis (aunque quizá sea la misma de siempre) viene al pelo Revolutionary Road para que reflexionemos sobre la mediocridad, la muerte de las aspiraciones, el alcohol que las adormece, el conformismo, lo oculto y callado tras los muros burgueses, la pareja feliz infeliz, el enorme edificio de la hipocresía, el horror que resulta de su mezcla. Yates decía que «la mayoría de los humanos están indefectiblemente solos y por eso mienten sobre sus tragedias». Como Frank se miente: ¿manipula porque es un cobarde mediocre o es la mediocridad cobarde la que manipula para perpetuarse? Lean y vean.


“Mamá” de Joyce Carol Oates

(Artículo publicado en “Mujeres sin reglas”)

Ésta es la historia de cómo una hija ha de perder a su madre para encontrarla como persona y hallarse a sí misma en el camino del duelo.
En la que es para muchos la mejor novela de Carol Oates, se narra la historia de una mujer que trata de aceptar la violenta muerte de su madre, mientras desvela algunos de los secretos escondidos durante años.
Cuando descubre que su madre no responde a sus llamadas, Nikki Eaton, treintañera rebelde y eterna oveja negra de la familia, decide presentarse en su casa. Allí encontrará todo revuelto y a su madre sin vida tendida en el suelo del garaje. La violencia de este adiós inesperado hará que se tambaleen los cimientos de toda la familia y su forma de entender el mundo: la relación con su hermana mayor (Clare, la mandona y convencional ama de casa y madre de dos hijos), la relación con su familia materna y con su madre fallecida (a quien conocerá aún más ahora que ya no hay vuelta atrás) y sobre todo su relación consigo misma.
En el primer año transcurrido desde la muerte de su madre, Nikki se transformará poco a poco en su particular Orfeo: no puede rescatar a su madre de la muerte, pero sí redescubrirla, reimaginarla, liberar su recuerdo del sarcófago de respetabilidad (e invisibilidad) en el que la mujer había enterrado su propia vida. Para ello, se verá obligada a llorar su muerte y a enfrentarse a la pérdida y al conocimiento de facetas de la vida de su madre para las que no estaba preparada.

Las novelas de Joyce Carol Oates abarcan un amplísimo abanico temático (la pobreza rural, los abusos sexuales, las tensiones de clase, el afán de poder, la niñez y adolescencia de las mujeres, y también el terror sobrenatural), aunque destacan dos constantes: la primera, la búsqueda de la identidad de unos personajes (la mayoría de sus protagonistas, mujeres) dibujados al detalle con mimo, prosa ágil y enorme riqueza léxica. Unos personajes vulnerables a la par que duros, eternos supervivientes de un mundo que no siempre se muestra de cara.
En el espacio literario de Joyce Carol Oates, el realismo social convive en perfecta simbiosis con los mejores ingredientes de la novela gótica, dando paso a una torrencial corriente de violencia que con frecuencia desemboca en un final tan descarnado como sobrecogedor.
Y ésta es la segunda constante en las obras de Oates: su preocupación por la violencia y otros tópicos tradicionalmente masculinos, que le granjeó el respeto de autores como Norman Mailer. («Cuando la gente dice hay demasiada violencia en mis libros, lo que está diciendo es que hay demasiada realidad en la vida», dirá ella.)
En cada novela el lector aborda un interesante análisis sociológico y psicológico en el que todos podemos vernos de un modo u otro reflejados, y ése es precisamente el punto de partida de Mamá: en cada página se enfrenta el lector a la que «algún día, de una forma única, será también su historia».



2 comentarios:

myssja dijo...

Ha salido Las mujeres que aman las plantas .Alguien lo ha ojeado? Tiene buena pinta.

Marta dijo...

Revolutionary Road es la que menos me apetece, las otras estupendo.
He visto en las librerias éstos dias la de Oates y la he estado ojeando sin decidirme, pero creo que me voy a animar. Lo malo es que la pila de libros crece, compro más de lo que puedo leer
!necesito unas vacaciones!