miércoles, 4 de febrero de 2009

Murakami: After dark

Muy de acuerdo con la opinión de pjorge:
Cuando leí After Dark por primera vez, hará un año, me quedé con la impresión como si alguien hubiese escrito una novela de Haruki Murakami y luego hubiese retirado cuidadosamente la parte de novela. Y no es una crítica, es un elogio. El resultado se me antojó impresionante y mágico, una especie de obra poética, donde personajes entraban y salían del escenario, se encontraban, hablaban –diciendo más de lo que pretendían- y se separaban. Todo limitado por la noche, desde poco antes de las 12 hasta poco antes de las 7 de la mañana. No importaba tanto lo que pasase después con esos personajes, sino simplemente lo que les había sucedido en su periplo nocturno, que es –estamos hablando de Murakami- un viaje al otro lado.
Releyéndola ahora en español, parte de esa percepción persiste, pero algo más matizada. Muchas de las cuestiones planteadas en la novela no tienen final dentro de la obra, pero alguno detalles muy importantes, relativos a los sentimientos de los personajes, sí que se aclaran. Pero me resultó especialmente llamativo que muchos personajes los recordaba con papeles mucho más importantes y ocupando más espacio en la narración. Sin embargo, no es así. Algunos de los más llamativos aparecen sólo durante unas pocas páginas, pero están tan bien definidos que reclaman más páginas en el recuerdo.
La novela arranca con un narrador –que finge no ser omnisciente y lanza conjeturas continuamente- que nos guía desde las alturas hasta el mundo de la ciudad nocturna. Es la primera de las transiciones al otro lado, habituales en las novelas de Murakami, pero con algunas variaciones. En primer lugar, porque vamos acompañados. En segundo lugar, porque quizá no haya otro lado.
Descendiendo, nos fijamos en una persona como podría haberse escogido a cualquier otra. Se trata de Mari, una joven estudiante que muy tarde ocupa la mesa de un café, leyendo. De pronto, frente a ella se le sienta Takahashi, músico que va a ensayar con su banda. Resulta que Takahashi la ha reconocido: se encontraron unos años antes, en una cita doble con la hermana de Mari, Eri, una joven de espectacular belleza que tiene su propia peculiaridad: lleva dos meses durmiendo continuamente sin querer despertar. En cualquier caso, ellos dos, y casi todas las personas que les rodean, están bloqueados en ese barrio –los trenes han dejado de salir-, barrio que tiene reglas distintas durante la noche.
Y así arranca todo. Los personajes hablan, a medida que ganan confianza examinan sus situaciones vitales y se revelan secretos, se levantan, van a otros sitios, alimentan gatos o se cruzan con otras personas. Como Kaoru, la encargada de un “love hotel” por horas llamado “Alphaville”, que pide ayuda para atender a una prostituta china –de la misma edad que Mari- agredida brutalmente por un cliente. Un cliente que también trabaja en ese mismo barrio y que se afana con sus propias rutinas nocturnas. Y mientras tanto, Eri duerme en su habitación, hasta que ella también pasa al otro lado sin darse cuenta.
La novela está construida con un juego virtuoso de paralelismos y encuentros. Hay personajes que repiten sentimientos expresados por otros, hay encuentros fortuitos y cruces que nadie percibe. Hay marcas de leche que se llaman casi como un personaje. Hay mensajes que no alcanzan a su destinatario pero que valen casi igual para la persona que los recibe. Y se entrevé en varios ocasiones el otro lado, un lugar que percibiríamos si atendiésemos unos segundos al espejo o si nos paseásemos unas horas por un barrio nocturno, donde las reglas son diferentes y el tiempo fluye de otra forma. Es más, incluso es posible que la barrera entre mundos –por ejemplo, las barreras que separan los mundos personales de los protagonistas- no sean tan infranqueables como parecen, que sean tenues hasta rozar la inexistencia, que algo de empatía nos permita comunicarnos. Y una vez pasado al otro mundo, ¿es posible volver siendo la misma persona? ¿Es posible comunicarse y no cambiar tu propio mundo?
After Dark es como un sueño y transcurre en las horas que deberíamos estar soñando. Es una especie de viaje de Alicia, que llega a un lugar distinto que sin embargo refleja su realidad (por salir, incluso sale una peculiar reina de corazones). No sucede nada realmente fantástico, excepto lo que la pasa a Eri, que bien podría ser un sueño propio, pero dentro de una novela de Murakami, los normal es de por sí suficientemente fantástico.
En realidad, After Dark va de algo, pero eso es lo de menos. Es ante todo una experiencia, una novela escrita para disfrutar del hecho de leerla y pasar un tiempo con los seres que la pueblan. La segunda vez tanto como la primera.
Leido en poesiamas
After Dark es la nueva novela del genial novelista japonés Haruki Murakami. Ya había tenido la oportunidad de leer dos obras suyas anteriores, Tokio Blues y Kafka en la orilla, al que había considerado como uno de los mejores narradores de los últimos años, a la altura de talentos como el de Javier Marías, Eduardo Mendoza, Paul Auster o Cormac McCarthy, por nombrar algunos.
Las críticas que ha recibido After Dark han sido excelentes; subrayan su carácter poético, el paralelismo de planos y ese surrealismo y el realismo hiperrealista que abunda en su prosa. La novela transcurre en el curso de una sola noche.
La novela, como nos tiene acostumbrados Murakami, plantea varias pregunta sin responder, pero sin duda deja un aroma a talento, a narrador colosal, a un tipo que embruja vidas ajenas para, llevadas por su prosa, entremezclar mundos y sensaciones. La novela es como una caída. Los personajes hablan, a medida que ganan confianza examinan sus situaciones vitales y se revelan secretos, se levantan, van a otros sitios, alimentan gatos o se cruzan con otras personas: en Murakami lo real es sueño, y el sueño real, porque nosotros, en las horas que transcurre la novela, deberíamos estar durmiendo. O soñando el sueño que viven los personajes de Murakami. Genial narrador.

La opinión de Ted Gioia
Haruki Murakami’s After Dark takes place over the course of seven hours during an autumn night in Tokyo. From midnight to dawn we follow five lost souls: a woman in a quasi-comatose state; a jazz musician at an all-night practice session; a prostitute assaulted at a “love hotel”; a salary man working late on a software project; and a 19-year-old girl looking to escape from the tension of her strained home life. Before the sun rises, each of these stories will intersect with the others.
Murakami has long been admired for his depiction of the isolation and loneliness of modern Japanese life. Some have lauded him as the J.D. Salinger of Japan. Murakami has even translated The Catcher in the Rye into Japanese, and his breakthrough novel Norwegian Wood captured some of the spirit of that coming-of-age classic. Norwegian Wood sold four million copies, and struck a resonant chord with a younger generation of Japanese readers. After Dark focuses on a similar theme of Japanese youth struggling to reconcile their ideals with the stultifying conformity of the surrounding culture.
But the comparison with Salinger fails to do justice to the peculiar, surrealistic tone of Murakami’s fiction. Readers of Kafka on the Shore, Murakami's best known work in English translation, will recall fish falling from the sky, a man who could converse with cats, and various other bizarre touches. After Dark evokes a similar dream world ambiance. People disappear into television sets, or find that their image remains in the bathroom mirror even after they have left the room.
Murakami focuses, in his words, on “the secret entries into darkness in the interval between midnight and the time the sky grows light,” a time when “no one can predict when or where such abysses will swallow people, or when or where they will spit them out.” Much of the power of his stories comes from the paradoxical quality of their settings, which at one moment seem intensely realistic, but the next instant have veered off into a mysterious alternative universe.
Much of After Dark will be familiar, even to the Western reader. The book starts in a Denny’s, and along the way we visit a 7-Eleven, check out TV shows, and listen to rock and jazz music. But these are all part of Murakami’s elaborate set-up. The moments of normalcy never last long in his narratives.
Murakami’s willingness to twist and turn his plots in strange directions is reminiscent of the work of French director Jean-Luc Godard. It is perhaps significant that the love hotel in After Dark is called Alphaville, the name of Godard’s inspired 1965 film. In this movie, Godard presented a dystopian sci-fi world in which no special effects were used and the sets were Parisian streets. The strange planet, in essence, was very much like our own.
Murakami achieves a similar effect here. His After Dark is a potent and disturbing work, one that is all the more effective for the familiar aspects it presents. He reminds us that the essence of horror in the post-modern narrative is not some gothic extravagance, but the realities that await us outside our doorstep.

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